El Mensaje de Lourdes

El “Mensaje de Lourdes” comprende los gestos y palabras que intercambiaron la Virgen y Bernardita durante las apariciones en la en la Gruta de Massabielle.

Entender las apariciones en su contexto facilitará la comprensión del Mensaje de Lourdes, así como su dimensión bíblica y evangélica. La Virgen se aparece en una cueva húmeda y oscura, tan fría como el agua del arroyo que discurre junto a ella y tan fría como el febrero invernal en que se desarrollan los acontecimientos. La cueva era un lugar de refugio para el ganado, por lo tanto también era un lugar sucio. Y allí quiere aparecerse María, en clara similitud con el nacimiento de Cristo. La blancura de la aparecida refleja la pureza y la riqueza de Dios, frente a la pobreza y miseria del hombre. El centro del Mensaje de Lourdes es que Dios viene para decirnos que nos ama, que nos ama tal como somos, con nuestras virtudes y nuestros defectos.

El 18 de febrero, en la tercera aparición, la Virgen habla por primera vez: “Lo que tengo que decirte, no es necesario escribirlo”, puesto que Bernardita traía una hoja de papel y un lápiz para que la Señora escribiera su nombre. María quiere entablar con Bernardita una relación del orden del amor, que se sitúa en el corazón. El corazón significa el centro de la persona, lo más profundo. Bernardita abre su corazón a este mensaje de amor.

La segunda frase de la Virgen: “¿Quieres venir aquí durante quince días?” desconcertó a Bernardita. Y decía: “Me miraba como una persona mira a otra persona”. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, es una persona. Bernardita se siente respetada y amada. Todos somos dignos a los ojos de Dios, Dios nos ama a cada uno de nosotros.

La siguiente frase de la Virgen: “No le prometo la felicidad de este mundo, sino la del otro” refleja directamente que existe un mundo de violencia, opresión, mentira, guerra y del propio interés, pero también el mundo de la solidaridad, justicia, disponibilidad y servicio.

 Cuando Jesús en el Evangelio nos invita a descubrir el Reino de los Cielos, nos invita a descubrirlo en este mundo en que vivimos, tal como es. Donde hay amor, allí está Dios. Esa fue la promesa de Dios a Bernardita: No te prometo la felicidad de este mundo, sino descubrir ya aquí abajo el otro mundo. En ese sentido, Bernardita fue siempre feliz aquí abajo. Ese es el Reino de Dios.

Durante siete apariciones Bernardita muestra un rostro radiante, feliz, iluminado. Luego muestra todo lo contrario: tristeza, dolor y gestos incomprensibles que le pide hacer la “Señora” y recuerdan gestos bíblicos:

Andar de rodillas es la Encarnación, el descenso de Dios hasta el hombre. Besar la tierra significa ese descenso como gesto del amor de Dios a los hombres. Comer las hierbas es el mismo símbolo que hacían los hebreos cuando querían significar que Dios había tomado sobre sí todas las amarguras y todos los pecados del mundo, y mataban un cordero, lo vaciaban y lo llenaban de hierbas amargas y recitaban: “Este es el Cordero de Dios, que toma sobre sí las amarguras y los pecados del mundo”. Embadurnarse la cara recuerda la profecía de Isaías que habla del Mesías como “Siervo sufriente” y dice: “Despreciado, deshecho de los hombres…”

En la novena aparición la Señora dice a Bernardita: “Vaya a beber y a lavarse en la fuente”. En el fondo de la Gruta, Bernardita escarba en el suelo y brota agua, sucia al principio y luego limpia y clara. Este gesto es paralelo al del soldado que traspasa con la lanza el costado de Jesús y al punto brota sangre y agua. Es la revelación del Corazón de Cristo. La gruta es el corazón del hombre que Dios libera con su amor del barro de la miseria y del pecado. Dentro del corazón del hombre hay una fuente de agua viva que nos limpiará el barro del pecado. La fuente es la vida misma de Dios.

La Virgen pide a Bernardita: “Penitencia, penitencia, penitencia. Reza por los pecadores”. Para la Iglesia, la penitencia es conversión, y consiste en volver nuestro corazón a Dios y a los hermanos, tal como nos enseñó Jesucristo. La oración y la penitencia nos hacen entrar en el Espíritu de Dios.

En la decimotercera aparición, María dice Bernardita: “Vaya a decir a los sacerdotes que se construya aquí una capilla y que se venga en procesión”. La procesión es el caminar en la vida, junto a nuestros hermanos. Construir una capilla es signo de la Iglesia que debemos construir en comunión con los hermanos. En nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, en nuestra parroquia.

En la decimosexta aparición, tras la insistencia de Bernardita, la “Señora” responde “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Bernardita no entendió esas palabras y se las comunicó al padre Peyramale. Más tarde, el obispo de Tarbes, Monseñor Laurence, lo declarará solemnemente. El dogma de la Inmaculada Concepción, como lo enseña la Iglesia, significa que María fue concebida sin pecado, en virtud de los méritos de la muerte y resurrección de Cristo. Así, la Inmaculada Concepción es también la señal de aquello a lo que está llamado todo hombre regenerado por Dios.